Radicalmente
humano.
Reflexión sobre los indultos a personas condenadas por
violación a derechos humanos.
Hace un par de
semanas pudimos vivir un nuevo consejo nacional de la Jufra, en el convento de
la Recoleta Franciscana, en Santiago. En dicha oportunidad nos dimos el espacio
para reflexionar en torno a la tensión permanente que existe entre los
conceptos de perdón, pecado, justicia y castigo. Lo analizamos especialmente a
propósito de la discusión pública que se está dando respecto a si se debería
dar el indulto a personas condenadas por violaciones a los derechos humanos
durante la dictadura, que se encuentran hoy gravemente enfermos o en estado
terminal. Tuve la suerte de mediar ese momento entre mis hermanos y, en cierta
medida, ir orientando la discusión.
Los días previos
al concejo fueron especiales cuando me enfrenté al tema. Mi posición (la que,
aviso desde ya, mantengo) se inclina fuertemente hacia la justicia y la
mantención del castigo. Por eso es que me adentré en la Biblia con la
disposición a encontrar algún párrafo, alguna cita, algún versículo al menos,
que sirviera de sustento a lo que creo correcto. Y si bien existen ciertos
versículos que me podían servir, con lo que me encontré de manera clara en el
evangelio fue con una opción radical por el perdón. Por más que intenté darle
la vuelta, el texto de Mateo 5, 38-48 fue un portazo para mis pretensiones.
Hasta ese
momento había olvidado que la invitación de Jesús se encuentra en el extremo
exactamente opuesto de nuestras intuiciones: “Amen a sus enemigos y oren por
quienes los persiguen” (Mt 5, 44). O sea, no basta con el olvido o la
indiferencia, el desafío es poder volver a amar a quien hace daño, desearle
sinceramente el bien.
A primera vista
no lo parece tanto, pero este es un tema crucial para nuestra espiritualidad.
Porque es la capacidad de Dios de amar sin ninguna medida lo que lo define como
tal. Los seres humanos, por el contrario, vivimos siempre condicionando nuestro
amor y nos cuesta volver a desear el bien a quien nos hace daño, o derechamente
no somos capaces. Lo sublime de Dios se encuentra ahí, en que ama radicalmente,
sin absolutamente ningún límite, incluso a quien a nuestros ojos no lo merece.
Si no fuera así, si es que hubiese que cumplir con ciertos méritos para ser
amado por Dios, entonces dejaría de ser Dios.
Dicho eso, la
pregunta que viene de inmediato es: Si Dios nos va a amar sin importar lo que
hagamos, entonces ¿da lo mismo que hagamos el mal? Y la respuesta es no. Pero,
de nuevo, no se trata de que exista una amenaza a dejar de ser amado por Dios,
sino que se trata de que entregar amor es la forma de vivir plenamente. Es como
desde este lado de la vereda podemos vislumbrar, aunque sea por un momento
ínfimo, esa eternidad que es el amor de Dios.
En otras
palabras, seguirás siendo amado por Dios sin importar lo que hagas, pero solo
podrás experimentar ese amor al entregar amor a otros. Es en ese acto de
gratuidad donde se hace presente.
En relación
entonces al tema del pecado y el castigo, sabemos que a quien hace daño, Dios
nos llama a perdonar y amar. ¿Y qué le pide al que hizo el daño? Naturalmente,
arrepentimiento sincero. Pero no solo eso. Del mismo modo, también le pide que
vaya un paso más allá, como nos muestra el texto de Jesús y Zaqueo (Lc 19,
1-10). Es necesario también que quien hizo el daño ame a la persona que
ofendió, y para ello no basta simplemente con dejar de hacerle daño, debe
también hacerle un bien.
Es esto último
lo que claramente, a mi parecer, ha faltado desde quienes cometieron tantos
crímenes durante la dictadura para poder avanzar hacia el perdón y acabar con
el odio que legítimamente ha permanecido en tantas familias y la memoria
colectiva. Porque, suponiendo incluso que hubo arrepentimiento sincero, ¿qué
hicieron para manifestarlo? ¿qué actos de amor han entregado?
Eso fue, en
resumen, lo que pudimos hablar en nuestro encuentro. Se trata de un tema límite
y que nos pone a prueba.
Personalmente,
no me sentiría capaz de perdonar a una persona que ha hecho tanto daño. El solo
imaginar los actos atroces cometidos durante la dictadura, con el consecuente
dolor que generó en los detenidos y sus familiares, me instala en un punto
todavía muy lejano de Dios, me hace sentir radicalmente
humano.
Francisco
Belmar.
Animador
Nacional Jufra Chile.
Abogado.
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